Nueva excepción a la máxima de que el libro siempre está
mejor que la película.
En un principio me pareció comprender la fama del libro
anterior a la película protagonizada por la famosa pareja de Redford y Streep.
Bien, pues olvidaos de la sugerente escena de Redford lavando el pelo a Streep.
No la encontraréis en el libro.
Volvamos a la letra impresa y olvidemos por un momento la
película. En un principio me maravilló la forma de escribir de la autora que
encontraba el modo de hacernos casi sentir y oler las tierras de África. Casi
notabas el polvo en la boca. La frase que me vino a la cabeza fue que no se
trataba de un relato sino de un cúmulo de sensaciones. Era estupendo sentir el
libro y, en consecuencia, sentir África. Pero hasta de lo más bueno uno se
cansa si es en exceso y creo que fue lo que me sucedió. Pasó a convertirse en
algo cotidiano y normal conforme continuaba leyendo. Además, según iba
discurriendo el libro, el aparente orden en la sucesión de los episodios y
anécdotas (a pesar de los saltos en el tiempo) terminó siendo una suma de
anécdotas. Incluso muchos de los asuntos que podrían considerarse importantes
eran pasados por alto o simplemente insinuados en favor de las sensaciones que
sentía la autora y protagonista del relato. Y la segunda parte del libro ya fue
el caos total. En este caso creo que se cumple el dicho de lo bueno si breve…
porque hubiera sido una novela que hubiera mantenido mi interés si hubiera
concretado y ordenado la historia. Incluso episodios que deberían estar
cargados de emoción (perdonad que vuelva a la película) son demasiado
contenidos. Parece como si solo África fuera lo importante, pero al final no es
lo suficiente para que ella permanezca en aquellas tierras. Incluso el
matrimonio con el barón apenas se sugiere y lo conocemos por muy pequeños
detalles que da como de pasada.
Así que, como he comenzado, una nueva muestra de que no
todos los libros superan a sus películas.