No me gusta que me tomen el pelo. Agradezco que el autor me
haga partícipe de la historia, sobre todo si se trata de un thriller o de una
novela policíaca, pero no me gusta que me engañen. No me gusta que me dé falsas
pistas que ni siquiera el protagonista esté dispuesto a seguir. Es como si
fuera montando el caso conforme va escribiendo y parezca que no sepa a quién
echarle el muerto, literalmente. Y, además, que lo haga tantas y tantas veces
que la novela se eternice y la historia termine por tornarse aburrida. Sí,
reconozco que el final e incluso mucha de la historia resulta interesante, pero
tantos giros de la investigación, tantos callejones sin salida terminan
cansando. El libro, para mi gusto, hubiera quedado redondo sin todo eso. Además
parece tener como dos momentos de composición. El comienzo parece haber sido
escrito por otra persona distinta a la que escribe hacia el segundo tercio de
la novela. Los personajes en esta primera parte se muestran planos y los
diálogos irreales. Hay momentos en los que parece que hablan para la galería,
como en el teatro clásico, contando y explicando cosas que deberían ser muy
conocidos por los implicados, como los métodos policíacos en conversaciones
entre policías que se detallan demasiado; no es creíble que se tengan que explicar
cosas que están realizando continuamente, a no ser que se hiciese para alguien
ajeno a este mundo, como el lector. Tampoco las minuciosas descripciones sobre
investigación o perfiles de asesino que entenderían que nos los mostrasen si la
conversación se realizase con alguien lego en la materia.
Conforme avanza la novela parece que se han cuidado las interacciones
entre los personajes, pero no por ello ganan profundidad. La relación tipo “El
silencio de los corderos” tampoco es muy original: un mentor encarcelado y un
alumno policía. La autora llega incluso a descubrir sus cartas exponiéndonos
claramente que la historia seguirá los puntos del camino del héroe de Campbell,
peregrinaje que subyace en tantos y tantos relatos, pero que no por ello es
necesario desnudar y mostrar su andamiaje. Es como si el mago nos desvelase su
truco antes de realizarlo. Y es una lástima porque la historia podría haber
sido muy buena, pero el hacernos el esquema de lo que vendrá (aunque decida en un
momento dado romperlo) y el engañar y desorientar al lector durante tanto
tiempo me impidieron disfrutar de gran parte de la novela. Podría llegar a
entenderlo si hubiese sido una serie de televisión que pretende alargarse
durante varios episodios para completar el número estándar de capítulos por serie,
pero no en un libro. Luego la aparición de elementos sobrenaturales cual “deus
ex machina” para solucionar situaciones complicadas, me parece engañar al
lector actual que quiere cierta coherencia en este tipo de relatos. Y luego
cuando ya parece que vamos a tener un final dramático, vuelve a introducir
elementos sobrenaturales para conseguir un final feliz bastante forzado donde
todos comen perdices.
Eso sí, como guía turística para conocer Vitoria es una
verdadera joyita, sobre todo gastronómica y de tapeo.
Tal vez haya sido muy dura en mi crítica, pero lamento ver
que una buena historia pierde parte de su interés por alargarse en exceso y,
además, como empecé diciendo, no me gusta que me engañen en este tipo de
novelas.