Hay veces en que un autor no termina de hallar la forma
apropiada de cerrar un libro, y esta es una de ellas. Para mi gusto sobraría
ese epílogo en el que trata de explicarnos alguno de los flecos que se
encuentran a lo largo del relato. Pero no me ha parecido la forma adecuada de
hacerlo y, ni siquiera, lo explica todo. El resto de la narración es
inquietante, incluso agobiante salvando ciertos detalles que no terminan de
encajar en esa sociedad o, incluso, son contradictorios. Si no tratamos de
desentrañar el funcionamiento de dicha sociedad, el relato nos envuelve y nos
mete en la historia de tal manera que nos sentimos tan agobiados o
desesperanzados como la protagonista. Durante su lectura nos asaltan reflexiones
de si sería posible que algo así sucediese en la actualidad o en un futuro
cercano. Tal vez en una zona aislada como la que la autora trata de mostrarnos,
con ese muro que contribuye a la opresión y a la sensación de agobio del
relato. Lo más difícil de asimilar es que, en esta época en la que la
tecnología nos envuelve, pudiese llegar a desaparecer casi por completo. Y más
cuando es la propia dependencia de la tecnología la que facilita el triunfo de
esta sociedad, cortando las posibles vías de escape. Nuestra dependencia, por
ejemplo, de las tarjetas de crédito en detrimento del papel moneda.
El relato va como a oleadas. Nos presenta una situación y, a
través de flashback, nos explica poco a poco algunos detalles de cómo se ha
llegado a esa situación y de cómo era la vida de la protagonista antes de
convertirse en Defred. No hace falta que nos explique ese cambio de nombre en
cuanto nos damos cuenta a lo que ha quedado reducida ella y otras mujeres que
están en su misma situación. El irnos dando información como si fueran las
aguas que nos trae el mar, acercándose y retirándose, contribuye a esa
indefensión y a esa falta de información que vamos dejando atrás con cada
oleada de recuerdos.
La historia es muy dura y la forma en que utiliza la primera
persona contribuye a esa opresión de la que hablamos. Sentimos que no hay
esperanza ni salida, aunque la protagonista vaya ganando “privilegios”. Pero la
forma en la que los consigue, sin intentar luchar por ellos, todavía nos
sumerge más en la visión fatalista y el destino sin esperanza.
En general, es una estupenda narración que consigue lo que
se propone, oprimirnos para hacernos sentir lo que siente la protagonista.
Aunque, como he dicho, mi opinión sobre ella decayó bastante al leer el epílogo
que creo que desmerece al resto de la novela.